Ayer cenamos solos. Por fin, mi mujer no pudo celebrar la cena de noche buena (quizá la última) con nuestros hijos y nietos. De nuevo el incremento de liquido en la pleura que desplaza el mediastino y afecta al pericardio, y los nervios, le dispararon las pulsaciones hasta límites alarmantes.
Tuvimos una cena frugal al igual que ha sido la comida de Navidad, con grandes silencios aunque las miradas lo decían todo.
¿Por qué a mí? y ¿por qué ahora cuando estábamos tan bien? son dos preguntas que quedaron sin respuesta.

Nosotros, salimos de vacaciones porque Roxy necesitaba un descanso a primeros de agosto y al tercer día estábamos de vuelta en urgencias e ingresados. A la semana nos comenzaron a decir que había algo raro en el derrame y después nos enteramos que la vida media en este tipo de enfermedad oscila entre nueve y doce meses y que los tratamientos, incluso los invasivos, son paliativos.

Creo que está en la fase de aceptación pues ayer mientras cenábamos me dijo “quien sabe quizá llego ya mi hora” y se engullo otro trocito de huevo relleno como quien acaba de preguntar la hora. Otras veces sin embargo la veo temblorosa, con miedo no quiere que me aparte de su lado. Necesito que alguna de mis hijas venga a casa para salir a comprar o ir al banco, aunque todavía podría quedarse sola unos momentos, aun así si tardo algo más de media hora me reprocha la tardanza, es como si pensara que estando yo nada malo puede ocurrirle; ¡qué más quisiera yo que así fuera!
Todavía nos quedan unos meses de disfrutar de su amor y su presencia después, después tiempo tendremos para llorar su vacio.
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