Dos
meses, todavía no han pasado ni dos meses y me parece toda una eternidad.
Me
hace gracia cuando la gente me pregunta que tal estoy; “bien les contesto, voy tirando” y se van tan contentos después de
decir alguna tontería como que; “el
tiempo lo cura todo”, “es que esta
muy reciente”, “claro como ibais
siempre juntos”… Que sabrán ellos
del sentimiento de soledad que me embarga, de las lágrimas que brotan de mis
ojos sin más, de los pensamientos que rondan mi cabeza y que me dicen que lo
mejor es mandarlo todo a la mierda y marchar a reunirme con la que ha sido todo
para mí.
Han
pasado casi dos meses y todavía está todo igual en casa, bueno lo de igual, es un decir. No
tengo ganas de limpiar, si mi Roxy la viera con lo que le gustaba tenerla limpia... La
ropa sigue en los armarios, los cajones del baño contienen sus cosas y el polvo
se me acumula en los muebles.
Carmen,
mi psicóloga desde hace once años, me visita cada mes. Me rió por dentro cuando
me dice que me ve bien, quizá debí dedicarme a la psicología pues me da que no
hace falta ser muy inteligente para practicar esa rama de la medicina.
El psiquiatra nuevo sin embargo me mantiene el tratamiento, el otro día leyó todo mi historial mientras conversábamos y no pude convencerle para que me recetara midazolam, haloperidol, ni nada que se le parezca, supongo que se imagino que es lo que quería hacer. Se salio por la tangente diciéndome que le anote en un diario mis estados de ánimo, mis horas de sueño, mi consumo de tabaco y alcohol…, y entonces veremos que se puede hacer. Este tío es gilipollas si piensa que lo voy a hacer, el ya sabe para qué quería esa medicación, sale en mi historial, entonces
para que cojones quiere que le prepare un diario de mierda. El freno que me ataba y controlaba mis impulsos ya no está. Si como dice mi diagnostico soy incontrolable, ¿quien me va a controlar ahora?
El psiquiatra nuevo sin embargo me mantiene el tratamiento, el otro día leyó todo mi historial mientras conversábamos y no pude convencerle para que me recetara midazolam, haloperidol, ni nada que se le parezca, supongo que se imagino que es lo que quería hacer. Se salio por la tangente diciéndome que le anote en un diario mis estados de ánimo, mis horas de sueño, mi consumo de tabaco y alcohol…, y entonces veremos que se puede hacer. Este tío es gilipollas si piensa que lo voy a hacer, el ya sabe para qué quería esa medicación, sale en mi historial, entonces
para que cojones quiere que le prepare un diario de mierda. El freno que me ataba y controlaba mis impulsos ya no está. Si como dice mi diagnostico soy incontrolable, ¿quien me va a controlar ahora?
Solo hay una cosa que hasta el momento me ata
a esta puta vida y es el miedo. Pero no el miedo a dejar de
existir, no miedo a morir, sino el miedo
a que no pueda reunirme con la persona que más quiero debido a mi fe. Una fe tan
ambigua que tan pronto nos muestra un Dios amable que perdona a sus hijos y los
entiende, que sabe que son criaturas imperfectas necesitadas de su perdón, como
me dice que puedo ser castigado por un Dios colérico que me enviara a las
profundidades del averno alejado de su divina gracia y de la persona a quien
tanto amo.
¿Qué padre es incapaz de perdonar a su
hijo? ¿Qué padre por muy grande que sea la ofensa que le haga un hijo, no lo
vuelve a acoger en su seno cuando quiere volver a él?
No dice Mateo; ¿Quién
de vosotros, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo
de su vida? Mateo
6.27
Santo
Tomás de Aquino dedica al suicidio el artículo 64 de la Segunda sección de la
Segunda parte de la Suma Teológica, donde se pregunta: “¿es lícito a alguien suicidarse?” Respondiendo:
“Porque la vida es un don divino dado al hombre y sujeto a su divina potestad, que da la muerte y la vida. Y, por tanto, el que se priva a sí mismo de la vida peca contra Dios, como el que mata a un siervo ajeno peca contra el señor de quien es siervo; o como peca el que se arroga la facultad de juzgar una cosa que no le está encomendada, pues sólo a Dios pertenece el juicio de la muerte y de la vida, según el texto de Dt 32,39: "Yo quitaré la vida y yo haré vivir”.
Santo
Tomas en su teología, se arrogo el mismo
en intérprete de la voluntad divina dando por consumado que, siendo Dios
mismo el que da la vida, solo él tiene derechos para arrebatarla. Pero ¿acaso
no puede ser Dios mismo el que en su infinita ternura, decida acabar con el
sufrimiento real o imaginario del suicida y ponga en sus manos los medios para
que este lo lleve a cabo y encuentre el “cielo nuevo y la tierra nueva, la morada de Dios entre los hombres, donde El
secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque
todo lo de antes pasó”?
El
otro día reflexione sobre esto:
Dios se vale de muchos medios para llamarnos a su presencia. Uno de ellos también podría ser el suicidio. Si paseando por la calle alguien te dispara y la voluntad de Dios es que vivas, vivirás. Si te detectan una leucemia y Dios quiere que vivas, vivirás. Si te tomas 300 pastillas y Dios quieres que vivas, las vomitarás y vivirás. Pero si no lo haces, sin duda es porque Dios te ha llamado. Nosotros no decidimos nada, ni la vida ni la muerte.
Como dijo Juan Bautista María Vianney que no era un Cura común y corriente, era un Cura al que Dios le concedió tener visiones, incluso conocer los pecados de las personas antes de que ellos los expresaran, por lo cual se hizo famoso y mucha gente empezó a ir a confesarse con él.
En una ocasión, una mujer humilde, llegó con lágrimas en los ojos, angustiada y desolada a buscar al Cura, ella, se sentía abrumada por su pena ya que su marido se tiró de un puente, se había suicidado. Al lograr ver al Cura, le contó su dolor y su angustia, le dijo que su esposo se había suicidado y que los que se suicidan ofenden gravemente a Dios y se condenan.
El Cura, con voz firme y tierna a la vez, le dice a la mujer: “No temas, tu marido no se condenó”. La mujer asombrada, perpleja, confundida, le dice al Cura incrédula: “Pero mi marido se suicidó, se quitó la vida y sabemos que solo Dios es Dueño y Señor, él lo ofendió gravemente y murió cometiendo pecado”.
El Cura, tomó su mano, la miró a los ojos y le dijo: “En verdad no temas, tu marido no se condenó. Entre el puente y el río cabe la Misericordia de Dios”. La mujer, después de estas palabras, se fue tranquila, dando gracias a Dios por el milagro de amor que había realizado en su esposo, pues en verdad, que su Misericordia es infinita.
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